La travesía de tiempo

Por: Ruby Batista

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Sra. Catalina Cora González

Catalina Cora González, una mujer de 97 años de edad, me narró su niñez, anécdotas e historias que pasó través de su época. Ella vive justo al lado de la Universidad y es dueña del negocio ‘La Tasca’, lugar donde muchos jóvenes van a “pasarla bien”. Me relató que desde muy pequeña vive ahí, y de ahí ella bajaba para ir a jugar en un tren que existía para aquella época. El tren se utilizaba para la transportación de caña. Ella me contó que su esposo fue mayordomo de los Cabrera y su padre fue capataz en la misma hacienda.

Después de los indios, Carlos Cabreras fue el primer dueño, según mi entrevistada. Este hombre según me relata, también era familia de los Anca y de los Marín, otros que también eran dueños de varios terrenos en el pueblo de Utuado. Los Ancas tenían un terreno donde antes fue un hospital americano.

El hijo mayor de Catalina Cora, cuando era más joven, encontró un caldero que al parecer le pertenecía a los indígenas. Se lo querían quitar para exhibirlo en la Universidad de Puerto Rico en Utuado, pero no lo permitió. Él tenía un amigo que coleccionaba espadas y artículos antiguos, y además tenía una tienda de empeño. Un día jugando topos se lo vendió a su amigo por $50.00 dólares, quien lo colocó en la vitrina de su tienda. A ese amigo le robaron la tienda y se llevaron el caldero.

La finca dela Sra. Cora era de su padre, José Rivera Rubio, y es guardarraya con el Colegio Regional de la Montaña.

En la parte de atrás de la Universidad, dijo mi entrevistada, había un lago pero con la construcción se desapareció. La compañía que trabajó para construir la Universidad fue: Venegas Construction.

Su hijo mayor, Don Rafael Rivera, caminó por toda la finca, y recuerda que había una fábrica de malagueta para hacer alcoholado.

Le pregunté si alguna vez vio algún arqueólogo y me contestó que venía un señor llamado Pedrito Hernández que era escritor y dentista.

Desde muy niña se pasaba en esa finca enorme, porque quedaba justo al lado de la suya. Recuerda que se pasaba horas y horas jugando en el ojo de agua, (una pared de piedras). “En ese río abundaban” según la señora, “chopas, barbuses, dajao, anguilas y el pescao blanco”. Recuerda que un niño de su época encontró un pilón pero no sabe que lo hizo.

Una de las leyendas en esa finca era que se veían unas luces de noche. Su hijo, Don Rafael, se pasaba con los amigos(as) del barrio en el ojo de agua. Un día vieron un hombre vestido de blanco bajando por un palo. Todos salieron corriendo. Según la leyenda era un muerto.

Se sembraba arroz, y caña. Además, había una yunta de jueyes, tabaco y araban la tierra. Incluso, había una vaquería.

Al parecer esta finca dejó ganancias en la agricultura. Pero fue también de gran importancia para los indígenas. Es una gran tristeza para la historia de Puerto Rico que por la ambición del hombre se perdió su historia. Destruyeron algo que fue parte de cada uno de nosotros. Y ahora sólo nos queda el lamento.

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